miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Puente de Ámsterdam: LIBRERIAS:

El Puente de Ámsterdam: LIBRERIAS:
http://uniliber.com/

Llibreries on es pot trobar "El puente de Ámsterdam" a Barcelona:

http://www.Uniliber.com/
Cocteleria Boadas: Tallers, 1 - T. 933 189 592
Llibreria Jaimes: València, 318 - T. 932 153 613
Llibreria: La Central, Mallorca, 237 - T. 935 504 615
Llibreria: Les Punxes, Rosselló, 260 - T. 934 577 474
Llibreria Lesseps: pl. Lesseps, 31/Llibreria Vda.Roquer: Gran de Gracia, 40/Llibreria El Cuc: Pi i Margall, 35/Llibreria Mizar: Corsega, 203-205/Llibreria La Papereria: Casanova, 48-50/Llibreria Atlas: Casanovas, 96/Llibreria Canela: Muntaner, /Llibreria L’Escaire: Pssg. Maragall, 342/Llbreria La Ploma: Sicilia, 332/Llibreria Dina 4: Consell de Cent, 468/Llibreria-Quiosc Ferran: Roselló, 294/Llibreria-Papereria Mont-Mar:C/Radas,51/Llibreria Helios:c/Ecuador-M.Setmenat/Llibreria Catalàn:Borrell,100/Llibreria-Papereria Xavier:Trva.Gracia,368-Padilla/Llibreria Gadial: Rda.S.Pau,65/Quiosc-Papereria Sumoy: Can Bruixa, 23

LIBRERIAS: TORREDEMBARRA (TARRAGONA)
Libreria Miquel: Antoni Roig, 95
Quiosc-Libreria (Spar): Pere Badia, 5

jueves, 21 de junio de 2012

Entrevista a Ràdio Gràcia

De la Josefina Altés Campá, la meva entrevistadora a Ràdio Gràcia:

Va ser un plaer compartir programa de Ràdio Gràcia, amb l'autor de "El puente de Ámsterdam", ahir a la tarda. Espero que tindrem la oportunitat de compartir altres programes, la propera temporada. Salutacions i molts éxits.
 

jueves, 19 de abril de 2012

jueves, 29 de septiembre de 2011

El Sol de México


Aquest és un retall del diari "El Sol de México", on fan un comentari del llibre.

viernes, 7 de mayo de 2010

Sant Jordi "Dia del Libro" en Catalunya.

http://www.youtube.com/user/QuibusFilms

jueves, 11 de febrero de 2010

COMENTARIOS SOBRE LA NOVELA

http://jfenollar.blogspot.com/2010/01/comentarios.html

UN ARTICULO SOBRE LA NOVELA ......(BUENOS AIRES)

Reseña de Adolfo Quibus
Cuando me pongo a leer una novela, la mayoría de las veces intento hacerlo sin presuponer nada. ¿Qué me induce a cogerla entre mis manos? No tengo una regla fija, me la pueden haber recomendado, el titulo, el autor y algunas cosas más, lo que si es seguro es que si a la segunda página no entro en ella, esa novela se queda en el baúl de los recuerdos. Si sigo adelante es casi seguro de que la continuaré en el noventa por ciento de los casos, pero si no puedo dejarla hasta la palabra fin es que me ha atrapado de una forma extraordinaria, y en un escritor y lector como yo, es algo que cada vez me sucede menos. Y eso me ha ocurrido con “El puente de Ámsterdam” de Joaquim Fenollar un autor completamente desconocido para mi, pero del que he empezado a interesarme desde el momento que leí su novela, una novela de ciencia ficción para unos, de suspense para otros, sobre la eutanasia para muchos más, una novela humana, o puede ser todo eso, pero para mi es una novela con mayúsculas, una novela que hará historia, pese a que sea la primera del autor, una novela que debemos leer todos sin lugar a dudas. No os la podéis perder. Y espero que el cine se acuerde de esta historia y la lleve a la gran pantalla pues en ella hay una película, que seguro se hará. No lo olvidéis tenéis una cita con Joaquim Fenollar y “El puente de Ámsterdam”
Adolfo Quibus

domingo, 24 de enero de 2010

LUGARES DEL LIBRO: MUNTTOREN EN LA MUNTPLEIN




Por esta plaza, la Muntplein, donde se halla
la Munttoren, famosa torre simbolo de
Ámsterdam, pasó por primera vez Ferran
junto con Gilbert a su llegada a Ámsterdam.


sábado, 23 de enero de 2010

LUGARES DEL LIBRO: EL AUTOR EN EL VIEJO PUENTE


El autor del libro respaldado
en su viejo puente

LUGARES DEL LIBRO: PLAZA DAM (DAMPLEIN)



En esta plaza se citaron Natali
i Ferran.

Años después se casaron Claudia
i Ferran.

LUGARES DEL LIBRO: CERVECERIA DE GILBERT


Esta es la famosa cerceveria
preferida de Gilbert.

LUGARES DEL LIBRO: DOELEN HOTEL

http://www.tvtrip.es/amsterdam-hotels/nh-doelen

El NH Doelen Hotel, que descansa a orillas del río Amstel en el corazón del centro histórico de la ciudad, data del siglo XVII, convirtiéndole en el hotel más antiguo de Ámsterdam. La Reina Victoria, The Beatles, la Emperatriz Sissi, Feno o Rembrandt, que pintó su obra La Guardia Nocturna en la tercera planta, han sido algunos de sus distinguidos huéspedes.
El NH Doelen, ubicado entre la Plaza Rembrandt y la Plaza Dam, está estratégicamente situado para todos aquellos que deseen explorar el centro de la ciudad. El mercado de las flores se encuentra a poca distancia del hotel, al igual que algunos teatros, museos, incluyendo la casa de Rembrandt, y el Barrio Rojo.




Este es el hotel donde trabajaba Natali.

Al fondo se puede ver el viejo puente.

viernes, 22 de enero de 2010

El Puente de Ámsterdam: PRÓLOGO DEL LIBRO:

PRÓLOGO

La pesada puerta se abrió después de introducir el código. Dentro hacía un frío intenso. En la oscuridad de la sala titilaban una infinidad de lucecitas, como si la habitasen centenares de luciérnagas. Pulsó el interruptor y la sala se iluminó. Se extrañó de que no hubiese nadie, siempre había un turno de noche; para ser más exactos, durante las veinticuatro horas del día estaba bajo el control de los operadores que se ocupaban de los centenares de consolas que había en la sala, de ahí las lucecitas que brillaban en la oscuridad.
Se puso de mal humor. Precisamente hoy había tenido un mal día, se había pasado más de diez horas en el Hospital Central Terminal, donde su mujer llevaba internada más de tres meses esperando un milagro. Padecía una carcinomatosis peritoneal agravada con una cistitis, y ese milagro se hacía de rogar. Todo había empezado con un cáncer de ovarios.
Ferran estaba cansado y abatido. Se preguntó dónde diablos estarían sus compañeros. Tenía que haber sucedido algo muy excepcional para dejar todas las consolas sin nadie que las controlase.
Oyó un pitido a su izquierda, alguna de aquellas consolas estaba emitiendo una señal de emergencia. Se acercó donde sonaba la alarma y vio que la pantalla detectaba que el usuario 3.655.861.809 había entrado en una fase irreversible y, según el protocolo, había que activar el procedimiento de inicio de interrupción de todas las constantes de dicho usuario, un paciente que había sido conectado al ordenador Padre hacía dos días. No es que no hubiese estado conectado anteriormente, pero lo estaba al ordenador Madre, una enorme computadora en la que se introducían todos los nacimientos que se registraban en el planeta. Sólo en el caso de que un usuario contrajera una enfermedad de nivel C se le conectaba al ordenador Padre, que hacía un seguimiento de la enfermedad. En el caso de que Padre detectara, después de hacer miles de evaluaciones en milésimas de segundo, que el enfermo había entrado en un estado irreversible –como estaba sucediendo ahora–, se le tenía que desconectar y entrar en fase de fallecimiento.
No era la primera vez que tenía que desconectar a un paciente, pues ya llevaba muchos años como controlador, pero siempre le afectaba tener que pulsar aquel interruptor de color rojo situado en el extremo inferior derecho de la consola. Detrás de aquel siniestro interruptor había, en la mayoría de los casos, un ser que dejaba una maleta llena de sentimientos, emociones, amor, seres que le habían amado y otros a quienes les era totalmente indiferente o que incluso le habían odiado. En cualquier caso, una familia que sufriría con su muerte. Pulsó el interruptor y se sentó, meditabundo y algo triste.
Le acudieron a la mente imágenes de su mujer, allí en el hospital, con la mascarilla de oxígeno y los ojos suplicantes, como esperando alguna respuesta por parte de él. Antes de dejarla, ella le había acariciado la mejilla y le había dicho, agradecida: “Guapo, guapo y diez veces guapo”. Él se la quedó mirando con un nudo en la garganta. Los dos habían sonreído, pero cuando él salió del hospital tenía los ojos bañados en lágrimas. Jamás se había sentido tan abatido.
Se levantó y fue hacia el servicio para remojarse la cara. Se contempló durante unos segundos en el espejo. En su rostro se reflejaba el desgaste de años de sentirse responsable, aunque indirectamente, de miles de muertes, muertes que se hubiesen producido igualmente con o sin él. Trató de consolarse, o disculparse, pensando que sin su intervención hubiesen tenido una muerte mucho más lenta y dolorosa y, al fin y al cabo, no era él quien decidía. Sólo ejecutaba lo que Padre le indicaba. Salió del servicio y se dirigió a la cafetería. Eligió un producto de la máquina expendedora y se sentó a la mesa donde acostumbraba a reunirse con sus compañeros de turno. La sala estaba en silencio, un silencio muy poco habitual, por no decir inédito, pues desde que formaba parte del equipo nunca había experimentado ese sentimiento de soledad. Se tomó el chocolate a sorbos, muy lentamente, pues le producía una sensación de paz, como de aislamiento ante tantas penurias. De alguna manera intentaba no pensar en la sala en la que se encontraba su mujer en aquellos instantes, dormitando, si era posible, entre la morfina que le administraban y algún que otro calmante para el dolor. Se sentía vacío, como un autómata, y sin nadie que pudiese consolarle de tanta tristeza.
Se quedó dormido. Y soñó. Le asaltaron en sueños un montón de recuerdos de cuando era niño, de su primita, que en aquella época tenía nueve años. Recordaba haberla visto siempre muy frágil, enfermiza, con una mirada llena de tristeza. Él era un niño muy solitario pero, a la vez, muy sociable, aunque su timidez le aislaba de los otros niños de su edad. Su imaginación trabajaba a un ritmo trepidante y muy a menudo se hacía preguntas sobre el mundo en el que vivía. No lograba entender por qué la niña pasaba la mayor parte del tiempo postrada en el diván o en la cama. Su madre le había dicho que tenía una enfermedad extraña y que todos rezaban para que se curase muy pronto.
Cuando en una ocasión fue con sus padres al hospital a visitar a su primita, pues había tenido una recaída y hubo que ingresarla urgentemente, quedó muy impresionado al ver a tantos niños y niñas con las cabecitas rapadas correteando por los largos pasillos del hospital. Se preguntaba cómo, siendo tan pequeños, no tenían pelo en las cabecitas. Él siempre había visto calvo a su abuelo y relacionaba la calvicie con la edad avanzada. Cuando se lo preguntó a su padre, éste sólo supo decirle que era porque estaban muy enfermos.
Mucho más tarde comprendió el motivo. Se lo había dicho un amigo, mayor que él.
—Eso es por lo de la quimio —le dijo, como dándose gran importancia.
—¿Y qué es la quimio esa?
Su amigo le explicó con toda clase de detalles qué enfermedad padecían y cuáles eran sus efectos y que la única forma de curarlos era con la quimioterapia y que por eso se les caía el cabello.
—La mayoría se mueren —añadió en voz baja.
Fue la primera vez que oyó la palabra cáncer. Aquello le impactó brutalmente. Desde entonces, siempre que veía a su prima le entraban ganas de acariciarla y llenarla de besos. Por las noches lloraba y se preguntaba por qué todos aquellos señores con batas blancas que había visto en el hospital no podían hacer nada para curarla.
En una de las visitas mensuales que realizaba a la escuela el cura de la parroquia próxima a su colegio y en las que hablaba a los alumnos, congregados en la sala de reuniones, de Cristo y todo lo relacionado con la religión, se acercó al sacerdote una vez terminado el sermón, cuando ya se disponía a marcharse. Estando solos los dos, le preguntó sobre la enfermedad de su prima y por qué Dios permitía que sufrieran ya de tan pequeños esa enfermedad tan cruel. Le imploró al cura que le pidiese a Dios que sanara a la niña, ahora ya convertida en una jovencita de trece años. El sacerdote le puso la mano sobre la cabeza y, suspirando, se fue.


Transcurrieron otros cuatro años. Al cabo se encontró un día, junto con sus padres y su tía, en el cementerio de la ciudad, viendo cómo enterraban a su prima, muerta hacía dos días de cáncer de páncreas. Los tres últimos años de su vida habían sido un suplicio para ella. Había presenciado cómo poco a poco se agotaba su vida, entre dolores los primeros meses y degradación los últimos. A sus dieciocho años se sentía ya viejo. Envejecido de dolor e impotencia. Las imágenes de su querida prima acostada en su lecho, convertida en un montón de huesos sin ni la mínima expresión de vida y con aquella mirada que suplicaba ayuda le habían dejado desvalido y con un sinfín de interrogantes.
Mil veces se preguntó por qué su prima no tuvo una muerte digna. No tenía respuestas, sólo rencor, pues en su fuero interno no llegaba a comprender por qué no se aplicaba todo lo que podía mitigar el sufrimiento de una persona. Había oído hablar de la eutanasia, pero en aquellos días sonaba a tabú. Empezó a interesarse por casos clínicos de países mucho más adelantados, se comentaba que a los enfermos como su prima se les medicaba para evitarles sufrimientos que no conducían a ninguna parte. Estaba obsesionado por el tema y decidió estudiar medicina para poder atacar el mal mediante los conocimientos que, según él, podrían derrotar la enfermedad, la enfermedad maldita que acababa con la vida de los niños. Naturalmente se dejaba llevar más por el corazón que por la razón.
No logró terminar la carrera de medicina, pero no se dejó vencer. Sin duda habría muchos otros caminos para llegar finalmente al objetivo al que dedicaría el resto de su vida: aliviar el sufrimiento innecesario de todas aquellas personas condenadas por la enfermedad a una existencia que ellos rehusaban por indigna. Pero se daba cuenta de que todavía le quedaba mucho por hacer.
Él era católico, más por tradición que por vocación, pero al ver la incomprensión y la intolerancia de la Iglesia frente a casos de una inmensa humanidad, que eran ignorados por los representantes de las enseñanzas de Cristo, se fue alejando de los preceptos religiosos que le habían inculcado de niño. El recuerdo de su amada prima le daba fuerzas para seguir adelante y conseguir su objetivo: que toda persona tuviera una muerte digna, naturalmente si así era el deseo del enfermo. Por desgracia, el futuro le tenía preparadas muchas otras sorpresas. Su madre murió tres años después, de cáncer de útero. El mundo se le vino abajo. Con veintiún años dejó el pequeño mundo en el que había vivido hasta entonces y se fue. No sabía qué buscaba, pero estaba seguro de que lo encontraría en alguna parte.